Por David Gallardo (servicios de TI)
Farsa: Acción realizada para fingir o aparentar (Diccionario de la Real Academia Española)
Estoy de aniversario. Este será mi año número 25 inmerso en el mundo laboral; un cuarto de siglo, e ignoro qué porcentaje del total de mi vida ocupará esta etapa. En esos años he trabajado para diferentes proyectos independientes, instituciones públicas, empresas privadas, organizaciones sin fines de lucro e iniciativas colectivas y personales. Agradezco cada oportunidad, pues cada una de ellas resultó ser una experiencia enriquecedora.
La más longeva de mis experiencias fue con una institución donde me desempeñé por 16 años. Las lecciones aprendidas son innumerables, y tomar la decisión de retirarme me tomó varios meses… dos años, para ser honesto. Pero siempre tuve claro que los cambios son positivos; de hecho, «lo único constante en la vida es el cambio», como bien lo expresó el filósofo de la antigua Éfeso, Heráclito.
Por otro lado, mi experiencia más efímera (y me da un poco de vergüenza decirlo, solo un poco) fue laborar un solo día y renunciar a la madrugada siguiente. Las razones fueron muchas y no viene al caso profundizar en ellas.
Tampoco es que mi historial laboral sea muy extenso, pues en total cuento nueve maravillosos lugares donde me abrieron las puertas y de los que conservo la gratitud por la oportunidad de experimentar y crecer. Y de eso se trata, porque a la larga somos un proceso y no un producto final.
Basta de contextos. Quiero referirme a una experiencia con sabor a «menta y limón» (1). Llevaba pocos meses trabajando como encargado del departamento de TI de una organización en la cual su director era un verdadero líder: un intelectual, profesional y carismático ser humano. Me sentía bien, muy bien. Pero el único «pelo en la sopa» era que mi contratación no era directa con dicha organización, pues yo era un recurso sub-contratado por otra empresa.
En ese tiempo, en la red donde escribo estas líneas, se publicó una oportunidad que me pareció de oro: una empresa con mucho «prestigio», con presencia regional, ofertando una plaza en modalidad home office y con un salario un tanto mayor al que yo devengaba. Y la cereza del pastel: una empresa «Great Place To Work»… ¿Qué podía salir mal?
Al final tomé la decisión de aceptar este nuevo reto. Bonita la bienvenida, aceptable el período de inducción y muy agradables las primeras semanas de experiencia. Hasta ahí el sabor a menta de esta historia.
El sabor a limón vino en pocos días: constantes notificaciones de rotación de personal (el eufemismo con el que esconden las empresas los despidos y renuncias), comentarios de desmotivación del team al que yo pertenecía, reclamos por impagos de horas extemporáneas, sobrecarga laboral, inconformidades por promesas de aumento de salario que nunca se materializaron, entre otros.
Reconozco que en esa empresa tuve aprendizajes profesionalmente enriquecedores, sería ingrato de mi parte al no hacerlo. Pero también conocí y experimenté síndromes que eran nuevos para mi:
- Bournot (el síndrome del trabajador quemado por excesivas jornadas extemporáneas);
- Trabajador Burbuja (atrapado por la sobrecarga laboral);
- Hammurabi (que dificulta la comunicación efectiva);
- Bergerac (la desconexión con el equipo de trabajo);
- Quiet quitting (la renuncia silenciosa).
Tantos síndromes en un solo lugar me llevaron a renunciar a una empresa que se presenta como una de las más grandiosas para trabajar.
Me ha tomado meses reponerme de las secuelas que estos síndromes dejan en tu salud física, mental y emocional. Confieso que esas experiencias pueden llevar tu autoestima a umbrales bajos. Pero ahí es donde la inteligencia emocional toma un papel preponderante al ayudarte a asimilar estas experiencias negativas y canalizarlas como valiosos aprendizajes de vida.
Ahora equilibro mi vida laboral entre un emocionante emprendimiento familiar y otro tanto de mis energías los empleo para una empresa que no figura en la lista de las mejores de LA para trabajar. Pero no lo necesita; sus miles de empleados (porque también es una empresa regional) dan buenas referencias de ellos. Me incluyo en esa lista.
Lección aprendida: una gran empresa para laborar no es la que figura en la lista de encuestas pagadas y tendenciosas que la posiciona en sus ranking para atraer, como con cantos de sirenas, al talento humano. Una gran empresa puede contar con una pequeña planilla, con poco volumen de negocio, con modestas instalaciones o con pocas prestaciones adicionales a la ley.
A la larga, la remuneración económica no debería de ser el principal motivo que te impulse a laborar en determinado lugar; pues, si dinero es lo único que buscas, habrán maneras -aunque algunas ilícitas o poco éticas- de conseguirlo. Pero si buscas emplearte es porque deseas desarrollarte profesionamente.
Un gran lugar para trabajar es el que está dirigido por verdaderos líderes, profesionales y humanos en todas sus dimensiones. Esos lugares donde tu talento lo desarrollas y lo valoran.
«Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido»(2), por eso abre bien los ojos y no te dejes engañar por las viñetas de «un gran lugar para trabajar».
1 «Menta y limón» Roque Narvaja (1981)
2 Eduardo Galeano
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